Por Julio Marolla
Mientras esperaba en el aeropuerto por un vuelo que me llevaría a dar una conferencia, una abogada con la que circunstancialmente conversaba me dijo: “una conferencia sobre Felicidad en el Trabajo, uhhh, qué difícil… ¡tenía un profesor que decía que el trabajo era la peor maldición humana!”
Meditando recordé que, efectivamente, ya para los antiguos griegos el trabajo era considerado algo para esclavos y no digno de hombres libres. ¿Qué hacían los hombres libres? Pues filosofaban. Pero “filosofar” era indagar, investigar, “publicar” y enseñar. Era un arduo trabajo científico y académico.
Recordemos que Aristóteles, además de su enorme obra escrita producto de sus reflexiones e investigaciones que abarcaban desde la política hasta la botánica, desempeñaba funciones docentes (fue por ejemplo durante 4 años tutor de Alejandro Magno y el grupo de príncipes macedonios que le acompañaban). Lo que hacían era lo que hoy llamamos “trabajo intelectual”. En el lenguaje de la época, los actuales profesionales nos dedicaríamos a “filosofar”. Recordemos que su padre había sido médico, y él mismo tenía profundos conocimientos sobre hierbas y lo que hoy llamaríamos farmacología. Y ninguna de estas cosas eran “indignas”, porque no eran trabajos manuales.
¿Consideraban los antiguos que haciendo este trabajo intelectual podían ser felices? Desde ya que sí, si bien siempre diferenciaron la felicidad del mero placer. ¿Y en qué lo basaban?
Los griegos (y Aristóteles en particular) decían que la felicidad requería de tres tipos de bienes: los del cuerpo (la salud física), los espirituales (virtudes como el sentido de justicia, la moderación, el equilibrio, que pueden dar más felicidad cuanto mayores son) y los externos (que hoy llamaríamos materiales, que son necesarios pero que pierden su efectividad pasado cierto límite). Claro que podríamos preguntarnos por qué la felicidad no ha estado hasta hace poco entre los objetos de estudio de nuestras universidades (notablemente sí lo fue el dolor en sus distintas formas). Pues porque la modernidad lo desechó. Ente otros, Kant la consideró imposible y Hegel inalcanzable.
Para volver a este camino, debemos puntualizar que la felicidad humana es una felicidad laboriosa, que requiere de una tarea constante para alcanzarla, que es inestable y continuamente se escurre de nuestras manos a menos que tengamos una actitud constante para reconstruirla.
Hoy ha sido puesta nuevamente de relieve en distintos estudios, en particular por la Psicología Positiva de Martin Seligman, profesor de la Universidad de Pennsylvania y ex presidente de la American Psychological Association. Las investigaciones de Seligman básicamente señalan que:
- Si somos felices viviremos más tiempo y nos enfermaremos menos.
- Tendremos más felicidad a largo plazo si ayudamos a otros.
- Podemos mejorar nuestro nivel de felicidad…
a. Practicando las virtudes: justicia, humildad, perseverancia, amor, curiosidad, aprendizaje, pensamiento crítico, comprensión del otro.
b. Focalizándonos en nuestras fortalezas (no en nuestras debilidades).
c. Haciendo ejercicio regularmente. - Seremos más felices si tendemos al optimismo, no guardamos rencor y perdonamos.
- La correlación de largo plazo de la felicidad es relativamente baja con respecto a la salud, insignificante con respecto al dinero y ninguna con respecto a los placeres físicos.
Más allá de estas consideraciones, quizá sea conveniente no aplicar el concepto de felicidad al trabajo, sino a la vida. Separar “trabajo y vida” es como separar “tronco de extremidades”. Quizá sea recomendable focalizarnos en vivir el trabajo con plenitud y sentido, acordes con nuestros valores y sabiendo que con nuestro esfuerzo contribuimos a una sociedad más integrada y solidaria.
Julio es profesor en la Escuela de Posgrado en Comunicación de la Universidad Austral y de posgrado de la Facultad de Psicología de la UBA. Director de Phronencial Capacitación y Secretario de la Fundación Apuntalar para la Capacitación.
3 respuestas en “Felicidad y trabajo: una convergencia polémica”
Recientemente, asesorando a un directorio integrado por jóvenes emprendedores, en el momento de pasar en limpio las variables estratégicas del negocio ( Venta, rentabilidad, ROI, Liderazgo de mercado, etc. ) y priorizarlas en función de la Mision y Visión de la empresa, uno de ellos agrego la variable “Felicidad”, (??) algo que me motivo a reflexionar mucho sobre el nuevo modelo empresario Pyme en Argentina, sobre todo después de la pandemia; Estar atentos a estos cambios y adaptar nuestro modelo de asesoramiento a este tipo de desafíos es un camino que debemos recorrer sin duda.
Los leo para que me den sugerencias de como medir la felicidad, si es que se puede y cuales serían las métricas e indicadores ??
Gracias por tu comentario. Felicidad no considero que sea un constructo medible. Sí Flow, que es indicador de vida laboral plena. Abrazo, Julio Marolla
Estimado Enrique: no creo que se pueda “medir” la felicidad. En todo caso la felicidad es consecuencia de procesos que podemos controlar o “medir” pero que, en sí-misma, no es posible de ser medida. La felicidad parece ser un “epifenómeno” (en términos maslownianos), es decir un fenómeno que emerge como consecuencia de otros pero que está fuera de todo gobierno. Tratar de “medir” la felicidad sería entonces tan irracional como tratar de medir (p.e.) el misterio de lo sagrado. Y así como muchas personas de fe sostienen que Dios es una experiencia personal que se vive (o no se vive) pero nunca un concepto que se razona, así resultaría de absurdo (y hasta de ridículo) el tratar de “medir” la fe de una persona como tratar de “medir” la felicidad que experimenta otra. Por más que tantos gurúes del management (y de las neurociencias) así lo propongan. Saludos