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LO QUE DIFERENCIA AL LÍDER DE UNA BALANZA

Por Mariví Yanno

¿Cuántas veces, conduciendo colaboradores o equipos, nos sentimos como la balanza?…Lograr resultados a través del trabajo de otros está plagado de desafíos.

No solo los que conlleva el diseñar adecuadamente el espacio para que cada uno de sus colaboradores puedan desenvolverse en la tarea que le toca, que de por sí es todo un capítulo. También hay que conseguir que pasen a la acción, y seguramente no de cualquier manera.

Quienes conducen equipos, cuanto más formados están, más anticipan los posibles escenarios y se preparan. Diseñan un plan para su equipo, trazan objetivos claramente comunicables, observables y medibles -porque seguramente ya hizo ese taller- y reúnen información que pueda esclarecer el panorama al colaborador – porque ya sabe que un adulto hace mucho mejor su trabajo cuando comprende las razones de lo que se le solicita. La verdad, se siente muy bien preparado.

En un alarde de comunicación planificada -sacando brillo a otra manzana de los talleres para líderes- junta todos sus datos y los presenta al diálogo con su reporte con la mejor intención de compartir su mirada de sobre los logros alcanzados y el desempeño. Son datos, puros y duros. ¿Quién los pondría en cuestión?…

Pues bien, pronto recibe la respuesta que la señora le da a la balanza. Desconcierto. ¡Siente que tiene razón! Que los datos, elocuentes por sí mismos, debieran entrar en la consideración de quien es conducido. Desde el rol de líder pretende reflejar fielmente su valoración de los procederes y resultados y le retrucan que no comparte su opinión. ¡¡No es su opinión, SON DATOS!!

Víctima de las circunstancias se desmoraliza, aparece la queja, “No hay receptividad!” … ”No quieren escuchar”…”Está negando lo que le digo”. 

La idea escondida detrás de esa queja es que por sólo ver el peso que la balanza arroja, el otro debe comprender que está excedido de peso y tomar las medidas adecuadas en sus hábitos alimenticios para modificar esa situación. Si quien lidera no se mueve de esa posición se convierte en la balanza, un objeto inanimado que por sí mismo no puede provocar un cambio.

Es previsible que algunos colaboradores no tengan ganas de subirse a la balanza. El reflejo de la realidad que se muestra no siempre es bienvenido. Pero, si el colaborador no está receptivo: ¿de quién es el problema? La balanza no necesita nada de la señora. Nosotros generalmente necesitamos algo del otro. El problema sigue siendo de quien lidera el equipo.

Sería entonces interesante que desde el rol de conducción nos formulemos un par de preguntas: ¿Cuánto de mis razones mueven los resultados de mis colaboradores? ¿En qué medida me hago cargo de que la falta de permeabilidad del otro me desafía?

Ingresando esas preguntas en el análisis ya hemos dado un paso adelante, asumiendo la responsabilidad propia por provocar algo diferente en el colaborador. Porque lo importante no es mostrarle cuán fuera de peso está, sino cómo conseguir que haga algo diferente para cambiar ese peso cuando se baje de la balanza.

El desafío es de comunicación, es ayudar a escuchar. Es provocar el darse cuenta. Habrá que explorar cuáles de las razones propias tienen resonancia con las razones de cada colaborador, para que la necesidad del cambio tenga motores propios en cada colaborador, para que la discusión pase por qué necesitamos frente a este escenario, y no por la validez o no del escenario en sí mismo.

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