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Aprendizajes de cuarentena, la vida con COVID-19

Por Débora Bronstein

Hoy pensaba en todas las cosas que hemos tenido que aprender viviendo esta terrible experiencia de la pandemia. Y, a modo terapéutico, me salió este relato que comparto con ustedes colegas…

Y de repente nos invadió el coronavirus, el COVID-19,  y todos nos tuvimos que convertir en expertos en un montón de cosas nuevas como, por ejemplo: Sanitaristas, expertos en prevención. Incorporamos una infinidad de prácticas con pasmosa velocidad.

En mi caso decidí salir únicamente los martes para las compras. Una aventura que se inicia con la elección de la ropa “shopping coronavirus” un atuendo cómodo, lo suficientemente cachuso para soportar todos los procedimientos a los que lo vas a someter.

Y una prenda no menor es el tapa-bocas.

Por suerte existen los tutoriales de youtube. Luego de ver unos cuántos y de revolver todos los placares para ver con qué contabas de insumos en tu casa, wiskisito vespertino mediante, hiciste varios para vos y para tu marido para poder lavarlos y para ver si alguno te salía con un poco más de dignidad.

Luego al salir, viendo los modelitos de tus vecinos te das cuenta que no sos la única que no ha pisado una mercería por años.

La de al lado con una manga de camiseta atada con unas tiras de esas elásticas que usa para su clase de baile afro-brasilero. Otro con una suerte de pantalla hecha con un bidón de plástico de agua y muchos más. El ingenio puesto al servicio de la prevención.

Lista como astronauta a punto de despegar, empieza el momento de la contorsión. Te volviste una maestra en abrir las puertas del ascensor con los hombros. Tocar los botones y llaves de luz con el codo y abrir la puerta de calle haciendo una fuerza descomunal con la llave.

Al fin ya en la calle. Vos sabés que este virus es pesado y no vuela. Lo escuchaste 766 veces en boca de los infectólogos estrella de todos los noticieros de radio y tele. Sin embargo, en la calle sentís que mejor ni siquiera respirar…

También te sentís como “la gata flora”. Te morías por salir y ahora que estás afuera, querés volver a tu casa lo antes posible y meterte dentro en tu “fuerte santitario”.

Con toda esa ansiedad llegaste al supermercado chino, y de tu lista inicial de 20 cosas te volvés con 10. Por un lado, por las faltantes de algunos productos, pero fundamentalmente porque en el afán de salir de ahí lo antes posible, te olvidaste de todo. Aún ese chocolate que estuviste soñando días enteros antes de que llegara el martes.

¡Listo! Ahora viene operativo barrera sanitaria. El COVID-19 no ingresará a tu casa, a tu refugio.  

Ya acomodaste el lay-out  para todo el procedimiento.

En la puerta de entrada sector zapatos y baldes contenedores. Balde 1 recibe todos los accesorios: billetera, anteojos, llaves y alguna cosa más. Balde 2: toda la ropa que haya estado en contacto con la calle.

Así con el “traje de nacimiento” recorrés la casa hasta la ducha y te enjabonás con ahínco aún las partes pudendas que no estuvieron en contacto con el exterior. Pero igual vos le das al jabón. Nunca está de más.

Ya bendecida por la ducha emprendés la etapa 2 del proceso de la vuelta a casa: sanitizar tooooodo lo que estuvo afuera o contacto con otros seres.

Para eso, ya buscaste en Google las proporciones de agua con lavandina – y por favor que sea Ayudín para darnos garantía de marca – pero ojo que la botella que tiene la gota. Porque la que no la tiene la gota es tóxica y si bien conseguimos evitar el coronavirus, nos morimos intoxicados.

Y por suerte estamos muy en la onda de la auto-gestión y se organizó así como de generación espontánea, una gran comunidad de práctica compartiendo infinidad de saberes. Todos los días en contacto con amigos y amigos de amigos que van sumando ideas, consejos, explicaciones a lo inexplicable.

De repente alguien comenta: “yo lo que hago es poner a las cosas que compro en cuarentena”. Uno lo escucha y ahí nomás te da un síntoma, te empezás a preguntar si es que te está empezando a doler la cabeza…

Vos NO pusiste los productos en cuarentena, únicamente los sacaste de la bolsa plástica que tiraste en la basura, luchaste con el rociador (de mala calidad) haciendo splash splash con el agua con lavandina, que le aumentaste la proporción sugerida porque “una tapita” suena a nada. Y luego de dejarlo un rato para que actúe, tomaste huevo por huevo y lo enjabonaste uno por uno, dejándolos absorber el jabón para luego enjuagarlos uno por uno, descubriendo que a partir de ahora la docena pasa a ser de 11 con suerte o 10 porque alguno partió por el camino.

Pasadas 2hs ya la compra está desinfectada, limpia y acomodada en sus dispositivos ya sea para secarse; ya que la cebolla que absorbió litros de agua le va a llevar un rato secarse por más que le diste con el repasador; los productos de paquete de papel en el balcón porque por suerte hay sol y los vas a someter a los rayos UVE y todos los envoltorios que se descartan en la bolsa de residuos patológicos para la que no tenés bolsa roja, pero te gustaría….

Etapa 3: ropa y accesorios. Tomaste uno por uno los accesorios y splash, splash, la suela de los zapatos que quedarán en cuarentena en la puerta por una semana y por último toda la ropa al lavarropas.

¡Ya está! Te te lavás las manos por vez 176 y ahí terminó el proceso de compra. ¡¡¡Y pensar que hasta no hace tanto tiempo te quejabas porque hacer la compra te llevaba casi 1 hora de tu vida!!!!

Te sentís que te merecés un premio. Te hacés un café – porque para el wisky todavía es temprano y tu super yo no te lo permite – te sentás frente a la TV y buscás esa serie que en juntada virtual con amigas te dijeron que no es muy buena, pero de lo estúpida te matás de risa, y te quedás al menos media hora para reponerte. Y así pasó otro martes de esta experiencia loca de vivir con coronavirus que ha traído TANTA desgracia pero que se la seguimos peleando.

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